Decidido a vivir con menos

Entré en mi jardín, en una soleada tarde de marzo como había hecho cientos de veces antes. Antes de salir de mi coche pude ver que la persiana de la ventana de la cocina estaba destrozada y un cable de alimentación de un dispositivo electrónico colgaba del travesaño. Estaba claro que un visitante no deseado había utilizado la ventana como punto de salida de mi casa. Lo que no estaba claro, era la condición de mi perro perdiguero, Coda.

Abrí la puerta de la cocina y llamé a Coda. El normal apresuramiento de sus uñas a través de los pisos de madera no se oyó. No hubo ladrido de alivio o gemido de miedo. Temí que Coda huyese de casa durante el crimen o que lo hubiesen matado. Llamé a la policía desde mi teléfono móvil y esperé fuera.

Dos agentes de policía llegaron y entraron en mi casa con armas en la mano. Unos momentos más tarde salió Coda corriendo de casa y saltó a mis brazos. Al parecer, los ladrones habían encerrado a Coda en un dormitorio mientras me birlaban la mayoría de mis bienes. Se llevaron mi televisor de 46 pulgadas, mi sistema de video juegos, y un surtido de juguetes electrónicos, desde iPods a cámaras.

Supongo que se podría decir que esto me llevó a mi camino al minimalismo. Pero sería falso.

Los meses que siguieron al robo, fueron algunos de los más duros de mi vida. No porque me hubiesen robado, sino porque tan sólo dos semanas antes del robo, había cerrado mi escuela de artes marciales de seis años de antigüedad y estaba pasando por una quiebra. No podía encontrar trabajo. Vendí todo por lo que pude conseguir algún dólar para poder comprar alimentos y mantener las luces encendidas. Vendí todos mis DVDs, libros, y los viejos equipos restantes de mi negocio de artes marciales.

Algunos podrían pensar que esto me empujó aún más al camino del minimalismo. Pero sería un error.

Yo no quería ser víctima de un delito de robo. Yo no quiero vender mi DVD de El Club de la Lucha para conseguir dinero en efectivo y comprar comida. Antes del robo, me apoyaba en mi gran pantalla de televisión y en los videojuegos (por no hablar de un montón infernal de cervezas) para adormecer el dolor de los fracasos de mi negocio. Lo último que quería era deshacerme de mis cosas.

Con el tiempo el vacío que sentía después de haber perdido mi negocio cambió. En algún momento, me quedé mirandome en el espejo a través de la resaca matutina y supe que era hora de cambiar. Estaba listo para comenzar a juntar las piezas, e iba a empezar con la limpieza de mis trastos materiales. Tomé la decisión de deshacerme de diez artículos al día durante treinta días.

Aunque la mayoría de mis posesiones dignas de venta ya habían desaparecido por aquel entonces, todavía tenía un montón de obstáculos por eliminar. Empecé con la donación de ropa vieja y zapatos a organizaciones benéficas y pronto entré en el territorio del fuego cruzado emocional.

¿Seguía necesitando los uniformes de karate que usaba cuando daba clases? ¿Necesitaba las fotos grandes anuales de los grupos de mis antiguos alumnos? ¿Qué pasa con el cinturón negro que me anudaba a la cintura casi todos los días durante seis años? Me quedé con el cinturón negro y decidí que todo lo demás era redundante en los recuerdos que me traían.

Con cada cajón abierto y cada puerta de armario abierta parecía que había un artículo que había mantenido innecesariamente para recordarlo. Evalué los bienes materiales a los que tenía apego emocional y tomé la decisión de dejarlos ir, desde un teléfono móvil viejo roto con el primer sms de una antigua novia, a mi apreciado saco de boxeo que vivamente me recordaba a mi padre colgándolo en el sótano cuando tenía doce años. Me di cuenta que los recuerdos están dentro de nosotros, no dentro de nuestras cosas.

Al final de los treinta días, dos de las tres habitaciones de mi casa estaban completamente vacías. El único mobiliario que quedaba era una cama, un sofá, una mesa de bar, y una silla. Una pequeña parte de mí se sentía libre.

Ese sabor de libertad me hizo cuestionarme todo lo que tenía. Cancelé mi contrato de telefonía móvil y canalicé todas las llamadas y mensajes a través de Google Voice. Eliminé todo mi vestuario hasta dejar lo que sólo cabía en una sola carga de ropa. Con cada artículo abandonado, mi sentido de paz y libertad crecía. Adquirí una sensación de claridad largamente echada en falta y tomé una decisión importante.

Decidí que era hora de mudarme de Columbus, Ohio (mi ciudad durante casi veinte años). Salí de mi casa de tres dormitorios y me mudé a un apartamento de 37 metros cuadrados en Austin, Texas. A las tres horas de llegar a Austin, me dirigí a uno de los enormes centros de coches y vendí mi Jeep. Estaba dispuesto a reconstruir mi vida. Estaba dispuesto a dejar ir las cosas innecesarias de mi vida.

En estos días me gusta mi nueva vida en Austin. Voy al gimnasio, saco a Coda a pasear ocho veces al día, y contribuyo a ayudar a los demás en gran medida en las áreas de pérdida de peso y de mejora de la condición física mediante mi trabajo a través de internet.

Hay un flujo agradable de mi vida porque he hecho una elección consciente para eliminar trastos -ya se trate de bienes, personas, o hábitos- que interrumpen mi camino de la contribución y el crecimiento personal. Estoy en la racionalización de fuerza. Y todo comenzó con la decisión de vivir con menos.

Vic Magary es entrenador personal, blogger y amante de los perros.

Traducido de theminimalists.com