El aikido y la no confrontación

Por Gaspar Hernández.

La política española es cada vez más un reflejo de la infantilización de la sociedad. Estar sistemáticamente los unos contra los otros, los de derechas contra los de izquierdas (si es que aún existen los partidos de izquierdas y derechas, por mucho que vayan predicándolo); creerse unos con la razón y negarla a los otros es un esquema de cómic, de películas de buenos y malos, de mentalidad de Bush que exige tener a un enemigo sea como sea.

Dice el escritor estadounidense Jonathan Franzen, autor de Libertad, una de las mejores novelas del año pasado: «La politica me parece muy tonta, muy simple: exige que uno piense que tiene la razón y que el contrario está equivocado».

Del doctor en filosofía y niponólogo Vicente Haya aprendí que en Japón el arte supremo es no pelearse: la no confrontación. El saber vencer no es un arte. El arte es ser capaces de esquivar el encuentro.

Esto quiere decir desarrollar nuestro ingenio. No para ganar, sino para rehuir el combate. «En Japón, el que encuentra una salida tiene más talla», me dijo el maestro Vicente Haya: «Es más persona, porque ha sabido encontrar una solución sin violencia».

Es poco probable que, de repente, los líderes politicos -o los de los sindicatos, por poner otro ejemplo inquietante- decidan rehuir el combate. Por eso me atrevo a sugerir el camino de en medio, que propone el aikido.

Aunque este arte marcial tiene muchos puntos en común con lo que acabamos de explicar, porque durante su práctica, si alguien nos intenta golpear, sencillamente no nos encuentra, porque nos hemos desplazado. El atacante no se encuentra con nadie que le pare el golpe o que se lo devuelva, como explica el doctor Mario Alonso Puig en su reciente libro Ahora yo (Plataforma).

NO ENFRENTE, SINO AL LADO

Por otra parte, según escribe, cuando alguien agarra a un aikidoka, este, en lugar de anularlo directamente, se alinea con el atacante, se pone a su lado. «Si esto lo lleváramos al mundo del conflicto humano, equivaldría a ponerse al lado del oponente a fin de entender su mundo y la manera en la que está percibiendo las cosas», escribe Mario Alonso Puig.

No se trata de estar de acuerdo con su conducta, sino de descubrir de dónde surge.Solo desde esta conexión, el aikidoka puede redirigir a su oponente a un lugar que no sea destructivo, sino constructivo.

El resumen que Mario Alonso hace de las caracteristicas que debe reunir un maestro de aikido es magnífico, y nos puede ser útil; no sólo politicamente hablando. En primer lugar, el aikidoka es capaz de caerse sin «romperse»: es decir, se levanta rápidamente, practica «el arte de rodar», el avance constante.

Flexibilidad y resiliencia ante la adversidad: si caes siete veces, levántate ocho. El creador del aikido, el maestro Morihei Ueshiba, exhortó a sus discipulos a que usaran este arte marcial para inmovilizar al atacante, evitando en la medida de lo posible dañarlo. El atacante o enemigo, como animal herido, vive a veces un infierno de sufrimiento.

El aspirante a maestro de aikido no rechaza lo que aparece en su presente, sino que lo acepta y lo abraza, porque sabe que es una gran oportunidad, leemos en el libro, «por una parte, de servir de instrumento para la actuación del universo y, por otra, de descubrir aquello que estaba oculto». Eso requiere, por otro lado, paciencia. Es decir, saber adaptarse a los ritmos naturales de las cosas. Todo lo contrario de lo que sucede en la actualidad. Echamos de menos a politicos aikidokas. Si es que alguna vez han existido.